Ese día me levanté temprano y
salí para clase de 7 am. Tener una clase los sábados a las 7 de la mañana es
muy difícil cuando uno tiene principios de alcoholismo y cuando el viernes se
bebió hasta las 2 am. No esperaba beber ese sábado porque tenía poco dinero y
porque estaba aún borracho. Luego de salir de clase a las 11 de la mañana,
pensé que una cerveza podía aliviar el agobiante dolor de cabeza que tenía.
Primera mala decisión.
Empecé tranquilo, sin mucho afán,
a un ritmo constante entre sorbo y sorbo, y no muy charlatán. Quería sólo
sentirme mejor para irme a mi casa a dormir. La segunda cerveza entró sin mucho
agrado a mi boca, me sabía a todo el aguardiente que había tomado la noche
anterior y que había vomitado ya entrada la mañana. La acabé y me disponía a
irme, ya era medio día y tenía hambre. Por las razones que sean, me quedé
tomando más, ya con menos asco al licor y con unos cuantos conocidos de la
universidad. Al fin y al cabo no tenía nada mejor que hacer.
Pasaron las horas, las botellas
de Águila, los litros de Néctar verde, los medios de Mustang, y me di cuenta
que eran las 7 de la noche. Quedábamos 4 personas del grupo que se armó a la
mitad de la tarde, y decididos a seguir tomando, nos fuimos de la cantina donde
estábamos y llegamos a una licorera a ver qué podíamos comprar con el poco
dinero que nos quedaba. Luego de meditarlo por unos minutos, compramos un litro
de Eduardo III y nos sentamos en unas bancas a beber. Segunda mala decisión.
Da la casualidad que nos hicimos
en un lugar de Bogotá donde los bonches callejeros son más frecuentes que en
otros lugares. Seguimos bebiendo y diciendo estupideces una hora más. A las 8
de la noche se acabó el Eduardo, y en un acto de gallardía, alguien quiso gastar
un litro de vino. ¡Que lindo gesto por parte de un desconocido! que apenas
hacía unas horas me habían presentado. Yo estaba borracho y más molesto que de
costumbre. Cerca a las bancas había una caneca de basura y en ese momento llegó
un muchacho de unos 18 años a esculcarla y ver si había algo que le sirviera.
Tenía una maleta de esas “terciadas”
color beige. La dejó al pie de la caneca, a un metro de mí. En mi borrachera
miré la maleta y por esas estupideces que comete el cerebro humano cuando tiene
alcohol y otras cosas en la cabeza, la identifiqué. Era la maleta de un amigo
mío, de Diego. Me ofusqué mucho y me acerqué al muchacho. Le dije que esa
maleta no era de él, sino de un amigo, y que él se la había robado. No me
prestó mucha atención; dijo que era de él y que lo dejara sano. Insistí en mi
argumento, ya hablando más duro y con la valentía que sólo el trago da. Tercera mala decisión.
Me dije en ese momento que yo no
podía dejar que ese muchacho se fuera con la maleta de mi amigo. Me arrodille y
cogí la maleta. La abrí y empecé a sacar las cosas que tenía; unas latas de
atún, unos panes dentro de una bolsa blanca, y no recuerdo qué más. Cuando él
se percató de mi proceder se emputó –naturalmente- por mi osadía y empezó a increparme.
Me sentí mucho más indignado y lo mandé a comer mierda. Le gente a mi alrededor
(para ese momento ya habían unas 8 personas) me miraban con vergüenza ajena y
lástima. El muchacho al ver que yo no soltaba la maleta se mandó la mano hacia
la parte de atrás del pantalón, como simulando que iba a sacar un cuchillo. Yo
me reí de forma burlona y le dije que él no tenía nada ahí, y que si yo me
mandaba la mano atrás también lo podía hacer creer que iba a sacar un cuchillo.
Empezamos a gritar más, el aún
con la mano atrás y yo con la manija de la maleta cogida con fuerza. Yo sabía
que en cualquier momento él podía sacar el supuesto cuchillo ó podía meterme un
puño y tumbarme al piso, porque yo estaba muy borracho. Decidí entonces que si
el combate iba a ocurrir, yo lo empezaría. Me alisté para mandar el primer
golpe, cuando escuché que alguien gritaba mi nombre. Me asusté. ¿Quién podía
estar a esa hora y en ese lugar que me conociera, fuera de los que estaban
bebiendo conmigo? Miré a un lado y un gran amigo estaba ahí, sobrio,
preguntando qué putas pasaba. Le dije que le habían robado la maleta a Diego y
que había sido el muchacho ese. Le mostré la maleta a mi amigo, y la miró con
asco; estaba sucia como el demonio, tenía manchas de muchas cosas, de muchos
colores y olía a mierda. Los panes y el atún aún estaban en el piso.
Devolví el maletín, no sin antes
llamar a uno de los dos contactos que había en mi celular con el nombre Diego.
El que me contesto – que aún no se cual fue- no me entendía lo que le decía y
colgó. Avergonzado, cogí mi maleta y me fui
para mi casa.
La historia de ése día la empecé
a contar el lunes siguiente, porque si no era yo, iba a ser mi amigo que me
salvó. Sé que algún día ese muchacho de la caneca va a estar sentado bebiendo
en un parque con otros muchachos que esculcan basuras y les va a contar la
historia de un imbécil que le iba a robar la maleta.
La otra semana paso y lo recojo y lo llevo de Urgencias a Sibaté. "I can be.... I can be..." (al fondo los arroces floreciendo de su boca)
ResponderEliminarVine por un link q ud coloco en el tiempo, q para la salvacion,ahora la mariconada de un borracho estupido en que me puede ayudar a mi...
ResponderEliminarVoy a seguir revisando su blog y en cada caso putiando o dejando flores (si aplica)
1. Creo que nunca dije que mi blog era la salvación.
Eliminar2. Le puede ayudar para no comportarse de la misma estúpida manera en que yo lo hice.