Me desperté un día con un
aguacero el verraco. Estaba mojado hasta el culo, goteando por todas partes,
con un frio de cagarse. No había comido en dos días y me sentía débil. Salí de
mi casa a caminar y a pensar en lo difícil que es vivir en un país donde la
gente no piensa en los demás, y donde los principios están regidos por el
egoísmo.
El hambre me estaba haciendo
delirar. Oía ruidos, risas, disparos, gritos, pero nunca encontré el origen del
sonido. A veces me tiraba al piso a descansar, a tratar de dormir, me recostaba
contra un árbol, contra un andén, contra una puerta. Nunca se me pasó por la
cabeza robarme nada para comer, no por falta de decisión, sino porque no
tendría la energía suficiente para correr y que no me alcanzaran. El bosque era
a veces buena decisión para buscar comida; los soldados que patrullaban en la
noche dejaban por lo menos cascaras de plátano, de papa, huesos de pollo, una
vez hasta me tocó comerme las plumas de unas gallinas, que me imagino, habían
utilizado para un sancocho.
Trataba de mantenerme
alejado de los soldados porque son unos hijueputas. Es el único adjetivo
calificativo que tengo para esos cabrones. Varias veces vi cómo le pegaban a
perros, a personas, a gatos, a niños, a todo el mundo. Estaba alejado, pero
siempre buscaba dónde habían estado, para comerme las sobras que dejaban,
porque era más fácil que ir al pueblo a mendigar un pan.
Entonces, ese día que estaba
lloviendo me desubiqué y entre los delirios del hambre y la desidia por la
vida, me encontré de frente con los soldados. Eran cuatro, y no los noté hasta
que los tuve a dos metros. Siempre caminaba con la cabeza apuntando al piso, y
con el ruido de la lluvia no los escuché. Me rodearon los 4, y me empezaron a
preguntar cosas, pero todos hablaban al tiempo y no les entendía nada. Uno de
esos hijueputas dijo “Mi soldado Castillo no pudo hacer polígono, entonces necesitamos
ver cómo está disparando su fusil”.
Les dije que se dejaran de joder, que me dejaran ir, que yo no les estaba
haciendo nada.
Nunca he entendido por qué la gente no me
entiende lo que les digo, me ignoran por completo, por eso decidí no volver a
hablar. Les dije que pararan la maricada y no me jodieran. Pude correr, pero me
hubiera desmayado a los 5 metros, y no me imagino que me hubieran eso esos
soldados si me hubieran cogido inconsciente.
En todo caso sentí una cabuya en el cuello.
Me jalaron hacia un árbol y me amarraron. Uno de ellos sacó un celular y empezó
a grabar todo, como para mostrar su trofeo luego de la competencia. Siempre
espere cabronadas de los supuestos héroes de la patria, pero ese día no podía
creer lo que veía. El tal Castillo se paró a 15 metros, cargó su fusil, me
apunto y disparó. La bala me entró por una costilla, y sentí cómo se me rompía
todo por dentro. No tuve ni fuerzas para gritar. Me boté al piso y me quedé
ahí. Estaban esperando que me muriera, pero como pasaban los minutos y todavía
respiraba, en un acto de inteligencia 100% militar (y con el aliciente de
filmar todo) concluyeron que lo mejor era matarme a pata.
3 pares de botas me terminaron de quebrar
las costillas, me partieron el fémur y me fracturaron el cráneo. Entre las
risas de esos malparidos exhalé por última vez y me morí. Ese día, entre el
disparo y la golpiza, entendí que en este país el peor enemigo de un perro es
un soldado.
uggggggggggggg
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=Wl70zU4DiwA
https://www.youtube.com/watch?v=E20T4eXt9XA
:'( Wow!
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