HISTORIAS DE ESTA LETRINA

Historias de ésta letrina

miércoles, 24 de octubre de 2012

LOS CABRONES QUE NOS BURLAMOS


Siempre quiso ser reconocido, siempre quiso ser popular, siempre quiso ser querido, siempre quiso tener cariño. Alejado de la gente, callado, misterioso, a veces peligroso, a veces pasivo, se encuentra sentado en una banca, con la mirada perdida, con las manos cruzadas, con la tristeza en su rostro.  Lamenta su presente, pero lo ilusiona el futuro, el futuro cercano. Todo está planeado, no hay nada que no tenga previsto, se imagina lo que va a pasar y una sonrisa se dibuja en su boca.
 
 
 
 
 

Los días pasan lentos, monótonos, con los mismos sonidos, los mismos recorridos, sin nada que pueda cambiar lo planeado, ninguna esperanza de cambiar lo pensado. Nunca estuvo del todo convencido, siempre esperó que alguien lo hiciera cambiar de parecer, que le diera un ápice de atención, de comprensión, pero nunca ocurrió, nadie lo notaba, nadie lo veía, era un espectro, una imagen fantasmagórica deambulando por los pasillos, por los espacios abiertos, por donde fuera.

 

Ya no había vuelta atrás, no solo porque nadie lo quiso, sino porque tomar la decisión le había tomado meses enteros, tratando de imaginar qué podría pasar después del gran día, que podía ser de él, de los demás, de los que lo conocían, de los que nunca lo habían visto. Trataba de comprender por qué su presente era así,  si algo en su pasado había generado todo lo que llevaba dentro, todo lo que la gente sentía por él, pero nunca encontró respuestas ni en su interior ni en las circunstancias. Analizaba a todos; su mirada era un scanner preciso, infalible, que podía distinguir las personalidades, formas de expresión, de actuar, pero nunca descifró las causas del odio que sentían los demás por él. Quería ponerle fin a su sufrimiento, y así lo iba a hacer.

 

Llegado el día marcado en el calendario de Piel Roja colgado en la pared de su habitación, se alistó como si fuera un día corriente; se bañó con agua fría, desayunó lo mismo de siempre y salió de su casa rumbo al bus. Un paquete inusual lo acompañaba en su mochila. Llegó a su destino al cabo de casi una hora, ingresó por la puerta, subió los 4 pisos que todos los días debía subir y se ubicó en su puesto. Esperó que alguien lo saludara, que alguien pudiera detener lo que estaba a punto de ocurrir, pero al igual que todos los días anteriores, nadie lo hizo, nadie se acercó.

 

Entonces, sin mediar palabras, sacó el revolver que tenía envuelto, se puso de pie, caminó a la puerta, le disparó a 6 personas, soltó el arma, caminó lentamente al balcón, se sentó en el muro, aspiró profundamente y se lanzó. Doce metros de caída libre le destrozaron el cráneo. Su cuerpo, a punto de desmembrarse, quedó tirado en el piso, sobre un charco de sangre de dos metros.  Una simbiosis entre las baldosas y el rostro no permitía determinar dónde empezada uno y terminaba el otro, pero con gran esfuerzo, se podía identificar una pequeña sonrisa en lo que le quedaba de boca. Ese día hubo 7 muertos, la escena más gore que una persona pueda ver, y sin embargo las cosas rápidamente volvieron a su curso normal. No bastaron siete muertos ni un cuerpo destrozado; la gente puede ser tan cruel que llevan a alguien a suicidarse. A los que tildamos de extraños y raros algún día pueden conseguir un arma y matarnos a todos los cabrones que nos burlamos.

 

 

 

 

 

 

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Sí señor, tiene razón, no lo había pensado, pero sí sabía que tenia una historia real asociada. De todas formas la escribí pensando en los locos del colegio y la universidad, que siempre me crearon el temor de morir baleado. Gracias por leer.

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