El síndrome del país más feliz
del mundo; un mal que aqueja a cualquier habitante de Colombia, se presenta
usualmente en personas con su salario recién consignado en las cuentas de
nómina, ó en los asentamientos con una temperatura ambiente mayor a los 20°C.
Proceden entonces, a reunir entre
4 personas el dinero, y empiezan a servir rondas cada dos minutos aproximadamente.
Ya un poco maltrechos por los efectos del alcohol, vuelven a la sala de
velación, con el volumen de la voz más alto de lo habitual, ofreciendo
aguardiente a los dolientes que se encuentran sentados. Uno se pone de pie, y
tambaleando dice en voz alta “Dario era
una persona muy alegre, siempre con una caneca de blanco debajo del brazo y los
zapatos listos pa bailar donde fuera, ¡qué falta que va a hacer el hijueputa
este!”.
El día del entierro, cuando el
féretro esta ad portas de ingresar al orificio del suelo, Anthony Caicedo, en
el estado de embriaguez más alto, viene acompañado de tres borrachos más, y un
grupo de mariachis. Llegan al ataúd, lo rocían con un poco de aguardiente, le
botan un par de flores y le indican a los mariachis que sigan tocando. Abrazan
a la madre del muerto, le dicen que su hijo era un verraco, que siempre era el
más feliz, que nadie en el entierro debería estar triste, porque al muerto no
le gustaría ver a nadie llorar, sino que armaran una fiesta en su honor, con trago,
mujeres, perico, bazuco, salsa, reggaetón, pelea, tiros al aire y fritanga. La
madre, que siempre vociferó que Colombia es el país más feliz del mundo,
accedió, diciendo que así lo hubiera querido su hijo.
En efecto, se armó un parrandón
de magnitudes bíblicas, con putas, aguardiente Blanco en cantidades navegables
y perico por bultos. Todos fueron felices, recordando al ser querido, diciendo
que la mejor manera de despedirlo era estar felices y borrachos.
Y ése es el síndrome del país más
feliz del mundo; esconder la tristeza detrás del trago y las drogas, excusar la
muerte con una fiesta, despedir a las personas con mariachis y aguardiente.
Recuerden el entierro de Joe Arroyo. La gente en Barranquilla bailando,
cantando sus canciones, borrachos a la orilla de las carreteras, balbuceando en
medio de una copa alabanzas a sus letras, a sus ritmos. Gente llorando, que
nunca vieron ni de lejos a Joe Arroyo, pero bailando con el equipo de sonido a
todo volumen.
¿Eso es ser el país más feliz del
mundo? La gente se enfiesta porque se murió alguien y a eso le llaman el país
más feliz del mundo. Pregúntenle a una familia de luto de Estocolmo, o de Oslo, si el deseo
del muerto hubiera sido que se embrutecieran con aguardiente y pusieran salsa a
todo volumen para despedirlo.
La gente en Colombia vive con miedo, con hambre,
con pobreza, con necesidades, pero no con felicidad. Viven muchos con un dólar diario,
pero cuando se muere alguien, un familiar o un cantante, ese dólar diario se
multiplica por arte de magia y se convierte en trago por montones, en
mariachis, en flores, en perico. Estar borracho no significa estar feliz, y
cualquier lugar de mundo debe ser mas feliz que esta marranera; cualquier
humano deber ser más feliz que un colombiano, sobre todo un colombiano lejos de
su patria.
Los ignorantes son felices, este es un país con tanta ignorancia rampante que por eso es el país más feliz (o uno de los países más felices del mundo)
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