No hay nada como despertar a las 3 am y darse cuenta que está cayendo un torrencial aguacero; el sueño se hace más profundo, las cobijas calientan más, el ruido de las gotas cayendo sobre las tejas de zinc se vuelve arrullador. No dan ganas de salirse de la cama ni para cagar, son momentos que no todos los días pasan, por lo que hay que aprovecharlos.
Pero entonces salimos del letargo y recordamos ¡hay que ir a trabajar en 3 horas! Y la lluvia, que hasta hace 2 segundos era un compañero amable y alcahueta, se convierte en un monstruo infernal que nos está destinando a pasarla mal el resto del día. Bogotá es una ciudad que no está preparada para un aguacero de más de 6 horas, por lo que eventos como terremotos ó ataques terroristas sería el acabose para la capital colombiana.
Una gotera se mete por una teja de mi cuarto, y empieza a salpicar el televisor. El ruido me despierta, coloco el balde, corro la mesa del televisor y seco el charco. El ruido de las tejas de zinc ahora es tan fuerte que a duras penas concilio el sueño. Pasa un carro de bomberos a toda mierda por la calle, y me pregunto cómo algo se puede incendiar en medio de un aguacero tan hijueputa. Abro los ojos nuevamente, siento que he dormido 30 segundos, miro el reloj y son las 5 am. Me queda una hora de sueño, la cual se pasa rápidamente, como si no hubiera ocurrido nunca. Entre más minutos pasan, más duro llueve, las gotas, ahora más gordas y pesadas, se revientan en las tejas, en las ventanas, en los charcos, y forman una sinfonía de sonidos que no quisiera escuchar nunca más; no puedo distinguir otro sonido, la gente me habla y solo puedo ver el movimiento de sus bocas, no percibo ruido saliendo de sus fauces.
Ya todo está listo, con mi disfraz de astronauta salgo hacia el trabajo, esperando que la lluvia cese un poco y poder escuchar algo de sonido de la calle. Los pitos de los carros han desaparecido, los motores parecen apagados, solo oigo gotas en el casco, gotas en la ropa, gotas en el piso, gotas en mi cara. Veo la gente plácida en sus vehículos, con calefacción, unos durmiendo en busetas, otros atiborrados en un pasillo de Transmilenio. Me encuentro en la mitad de la situación, voy cómodo, pero mojado hasta el culo, y pienso que prefiero mojarme el resto de mi vida que poner un solo pie en un articulado a las 7 am de un día común en Bogotá.
La lluvia hace que los cambuches de cartón se doblen y escurran, que las busetas mojen mujeres en falda, que los motociclistas se pongan overoles, que los Transmilenios se llenen más, que la gente llegue tarde a los trabajos, que los vagos duerman hasta más tarde, que las calles se inunden, que hayan menos atracos en las calles, que la tierra se deslice, que colchones se mojen, que los perros se metan debajo de los carros, que los caños se llenen, que un carro se vare en la mitad de la avenida, que el jefe llegue de mal genio, que las sombrillas no aparezcan o que aparezcan dañadas, que en Fontibón toque andar en lanchas y que las ratas de las alcantarillas se ahoguen, o aprendan a nadar.
En la oficina las gotas ruedan por la ventana, el ruido de la impresora de cinta me devuelve a la realidad, ya no escucho la lluvia, solo esa puta impresora que trabaja las 24 horas del día ininterrumpidamente. El ruido de los teclados y los mouse empieza a formar una nueva sinfonía, esta vez mucho más molesta, y empiezo a añorar el sonido de la lluvia; quisiera estar en mi cuarto, secando goteras, sin escuchar la gente, solo el agua caer sobra las tejas de zinc, y dormir el resto de la vida.
jajaja que bueno es leer su odio y su fastidio nuevamente.
ResponderEliminarMk los bomberos no solo apagan incendios jaja cuando hay inudaciones, llevan motobombas y maricadas para ayudar a la gente. También sacan abejas y bajan gatos de los árboles. Así justifican su puto sueldo.
me tramo la narrativa de este caso jajaja
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