GRACIAS AL ROCK AND ROLL

6 pm, la gente se empieza a ir, cada vez hay menos ruido; menos teclados estridentes, menos mouse haciendo click por doquier. Menos viejas chismosas hablando de los demás, menos guisos hablando de las viejas que se levantaron en cuadra picha, menos teléfonos sonando. Es  casi un placer trabajar hasta tarde, sin tantas molestias como horas atrás, sin el fastidio que produce laborar luego de la hora del almuerzo.

 

 

Cuando más cómodo me siento, y más concentrado, empiezo a escuchar música en todos los cubículos alrededor. Y es ahí cuando me empiezo a emputar, no por que la gente escuche música, sino por la música que ponen. Es como si en Bogotá existieran las frecuencias Homosexual estéreo y Ñerazo estéreo. Por un lado empiezo a escuchar Ricardo Arjona, por otro Wisin y Yandel (no sé si se escribe así). A lo lejos se distingue una canción de ese trance ñero de los 2000, y más allá Fonseca. Así pasan los primeros minutos, mientras trato de no poner atención y seguir en lo mío, pero es imposible, no tolero esos sonidos inmundos que llegan a mis oídos. Me siendo en la 51, en cuadra picha, en los rumbeaderos de Fátima, en la zona rosa de Fontibón, en los puteaderos de Patio Bonito, en los chochales de Chapinero, en las discoteca-bar de Venecia y en Galerías.

Miro a mí alrededor, y la música que oigo no discrimina género, es decir, un hombre puede estar escuchando tranquilamente Homosexual estéreo, mientras una mujer disfruta al máximo las melodías de la rotación habitual de Ñerazo estéreo. Ella se deleita con J Balvin, él hace de las suyas cantando Wamba, ella mueve su cabeza y lleva el ritmo con el anillo mientras canta las líneas de una canción de Hector, el Bambino, mientras él cierra los ojos para sentir más profundamente la letra de cualquier canción de Sin Bandera.

Trato nuevamente de meterme en lo mio, de no prestar atención y seguir con mi jornal. A veces el volumen  de los celulares en función parlante aumenta, a veces se calla totalmente. Si fuera jefe hubiera los hubiera echado a todos, pero no, soy otro peón más, manejado por un gamonal que disfruta la misma música que ellos, es decir que no tengo esperanza.

Ese es el panorama entre semana, cuando el día supera las 6 pm. Otro es el cuento los sábado, cuando las guisas de desinhiben, van a trabajar en ombliguera de lana, pantalón bota campana y venus. No miento, cuando tenga la oportunidad, publicaré una foto. Como las hembras están en busca de plan para el sábado en la noche, desde sus celulares retumban canciones del Binomio de Oro de América, de Los Inquietos y de Giovanny Ayala, para hacer saber a los machos cercanos a ellas su necesidad de ser llevadas a llenarse de trago, de baile, de sudor y de sexo en un baño de cuadra picha.

Ahora es cuando bendigo al Rock and Roll, que desde hace años me ha alejado de ese camino de perdición al que llaman “rumba”. Al contrario de lo que piensan los padres, que el Rock and Roll es el camino del diablo, del sexo, del alcohol y de las drogas, la rumba es la que lleva a todo lo anterior. La gente con la que laboro (no todos) deben haber empeñado su alma varias veces al mandinga, para tener acceso cada fin de semana a las rumbas aquellas. Yo por mi parte, me pongo mis audífonos, le subo el volumen y dejo que el sonido que creó Chuck Berry hace ya bastantes años me haga olvidar que a menos de tres metros míos están oyendo por un lado Mauricio y Palo de Agua, y por otro, Aventura.