El primer recuerdo que tengo de los niños alzando sus voces contra los violentos viene del año 1998, cuando el presidente Andrés Pastrana Arango creó la zona de distensión; una extensión de tierra de 42000 kilómetros cuadrados en los departamentos de Meta y Caquetá. Fuera de cientos de soldados, guerrilleros, habitantes de la zona, políticos y periodistas se encontraban decenas de niños oriundos de los municipios involucrados pidiendo la paz ante las cámaras.
Recordando aquello, no me molesta que pidieran la paz, tampoco que lo hicieran ante los medios presentes, me molesta que los niños no lo hicieran por voluntad propia. Detrás de cada niño con camiseta blanca y flores en las manos se encuentra un papa, un tío, un profesor incitando a un niño a hacer declaraciones que ni su mente puede comprender ni su boca puede decir con claridad. Las palabras de los niños son confusas, vagas, no expresan un sentimiento propio, solo tratan de imitar lo que escucharon decir a sus padres; más que un discurso de corazón, las declaraciones de los niños parecen un recital de palabras que ellos no comprenden, y tal vez en muchos casos, ni les importa.
Puede que un par de peticiones de ese estilo si sean profundas, venidas de una víctima real del conflicto, pero en la mayoría de los casos son menores sonrientes, tomando el asunto como un juego, tal vez sea por ser protagonistas de un evento mediático de grandes magnitudes, pero, repito, no es por que comprendan la importancia de sus palabras.
No se puede hablar de paz sin haberla conocido, si se pide es porque todos tenemos curiosidad de cómo sería la sociedad, pero no porque nos haga falta, porque nunca la hemos tenido. Hay que hablar de la paz como algo que no solo proviene del cese al conflicto, del desarme de las guerrillas y las bandas criminales, sino como un cambio de mentalizad de todos los habitantes del país, de la lucha contra la delincuencia común, el secuestro extorsivo y cualquier manifestación por el estilo, sin dejar a un lado los crímenes de estado, y de los políticos. Siendo así el panorama, que encierra un sinnúmero de elementos actuantes complejos, que la mayoría de los habitantes adultos no comprenden, no entiendo cómo un niño puede pedir la paz. Sería correcto que pidieran el desarme de las FARC, del ELN, de las bandas criminales, que se acabaran las masacres y los crímenes de lesa humanidad, pero no la paz, porque no depende solamente de los factores arriba mencionados.
No más niños pidiendo la paz obligados por sus padres y maestros. Aún se ven, luego de cada evento violento en el territorio colombiano. Prefiero que salgan en cámaras pidiendo los regalos al niño dios, o mandando “saludes” a sus familiares distantes, o en últimas cantando “quiero paz, quiero amor, quiero dulces por favor”.
Lo mismo se debe hacer un llamado a los padres que enseñan "chistes" a sus hijos, los ponen a hablar como loritos sin que el niño comprenda lo que está diciendo. Ni hablar de los "chistes verdes". Ojalá se acabara ese Sábados Felicitos y programas similares. Esperamos cambiar el país y a la vez les enseñamos a los niños desde pequeños que hacer el ridiculo en público es lo máximo.
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