HISTORIAS DE ESTA LETRINA

Historias de ésta letrina

lunes, 31 de octubre de 2011

CRECER


Crecer es una mierda, no solo por el hecho de tener que abandonar una época de felicidad en la que el mundo es sencillo y no llega más allá del barrio contiguo al propio, sino porque uno se busca problemas que no necesariamente toca lidiar. Durante la primaria, los problemas más grandes en los que uno puede pensar es perder más de 5 canicas en un chico de cuadro, o romper el trompo marrana ninja jugando calle. De vez en cuando uno se deja robar el balón de futbol por otros niños, y ese es un gran lio. El resto de eventos regularmente son felices.







Ya en el bachillerato la cosa se va complicando. Si uno no se siente a gusto estudiando ni haciendo tareas, las preocupaciones crecen por una posible llamada a la casa de algún profesor, o una citación a los padres. Si uno nació bueno pa’l estudio, la preocupación es ser la burla de los compañeros, no poder acercarse fácilmente a una chica, o no poder socializar. Como muchos de ustedes, yo pertenecí al primer grupo, viviendo todos los años escolares con el peso de no perder muchas materias, o de ocultar hasta último momento el estado educativo en el que me encontraba a mis padres.  Además de eso, en ciertas ocasiones aparece alguna chica que lo hace sucumbir a uno y pensar que el mundo no es nada si no se está a su lado. No son cosas por las que uno deba rendirse. Finalmente el periodo colegial termina, muchos validando, otros con honores, y las chicas no se convierten en mayor preocupación cuando se descubre el gozo del licor, acompañado de amigos y música.

El periodo universitario inicia, para unos siguiendo la senda del licor, llevándolo como consigna, hacen del guayabo un estilo de vida, un amigo fiel que solo se olvida con el primer sorbo de una cerveza a las 10 am. Otros, por el contrario dedican sus horas libres a leer, a realizar los trabajos y a jugar voleibol, deporte que aborrezco y pienso que debería ser prohibido para los hombres. Yo como muchos de ustedes pertenecí al primer grupo, haciendo lo apenas justo para que el sistema me aproximara la nota al hermoso 3.0. Así viví un par de años, derrochando en vacas el poco dinero que obtenía de mis padres, dejando un lado las obligaciones educativas, y en la lucha de chicas.

Por cosas de la vida, pude conseguir un equilibrio entre el licor y el estudio; podía beber viernes y sábados hasta la saciedad, pero a regañadientes los domingos estudiaba un poco, lo necesario para no tener que mendigar dos décimas a un profesor que en la mente destrozaba a puños, pero que en la universidad tenía que saludar con respeto, el mismo que no se había ganado.

Crecer es una mierda, porque llegado el momento de trabajar, hay que hacerle cara de ponqué a un jefe que uno odia, al celador que después de 8 meses de entrar por la misma puerta sigue exigiendo el carnet,  a la compañera de cubículo que todos los días llega a renegar del marido, del sueldo, del transporte público, del mozo, de los hijos y de sus medias veladas rotas. Es una mierda, porque entre más plata reciba uno, menos alcanza, las cosas que uno siempre ha querido comprar se hacen más caras, ya no es suficiente tener 3 jeans, 2 pares de tenis y 10 camisetas, porque la sociedad exige vestidos, corbatas, zapatos, pelo corto, cara bien afeitada y mente bien alineada. Quisiera tener los cojones para gritarle al dueño de la empresa que estoy mamado de sus corbatas, de su pelo corto, de su mente alineada y de su celador, pero no puedo hacerlo, porque como todo colombiano, estoy hasta el culo de deudas, y porque no lo conozco. Si algún día lo conozco, tal vez me caiga bien y desista de mis deseos.

Crecer es una mierda porque de niño uno no le teme a decir cosas que regularmente hacen quedar mal a los papas,  o a las alturas, pero ya adulto tiembla la nalga cuando uno quiere dejar el puesto botado y decirle al jefe que no haga más chistes estúpidos, que a nadie le hacen gracia.

Tal vez cuando sea viejo y este lisiado añore los momentos de trabajador, y piense que no debí quejarme tanto, por el momento  me seguiré quejando y sintiendo pánico a renunciar.

1 comentario:

  1. Y eso que no le tocó un jefe morboso que se tomaba fotos cogiéndose el miembro viril y que por accidente descubrí las fotos en un computador de la empresa, o qué me dice de aquel otro jefe que volvia todos los viernes a las 11 a.m. a la oficina lleno de escarcha procedente de un pintalabios alrededor de la boca, y que tuviera uno que aguantar la risa... no le ha tocado sufrir eso!!!!!

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